El Decorado del
Saber
Émile M. Cioran
Nuestras verdades no valen más
que las de nuestros antepasados. Tras haber sustituido sus mitos y sus símbolos
por conceptos, nos creemos más «avanzados»; pero esos mitos y esos símbolos
no expresan menos que nuestros conceptos. El Árbol de la vida, la Serpiente,
Eva y el Paraíso, significan tanto como: Vida, Conocimiento, Tentación,
Inconsciente. Las configuraciones concretas del mal y del bien en la mitología
van tan lejos como el Mal y el Bien de la ética. El Saber -en lo que tiene de
profundo- no cambia nunca: sólo su decorado varía. Prosigue el amor sin Venus,
la guerra sin Marte, y, si los dioses no intervienen ya en los acontecimientos,
no por ello tales acontecimientos son más explicables ni menos desconcertantes:
solamente, una retahíla de fórmulas reemplaza la pompa de las antiguas
leyendas, sin que por ello las constantes de la vida humana se encuentren
modificadas, pues la ciencia no las capta más íntimamente que los relatos
poéticos.
La suficiencia moderna no tienen límites: nos creemos más ilustrados y más
profundos que todos los siglos pasados, olvidando que la enseñanza de un Buda
puso a millares de seres ante el problema de la nada, problema que imaginamos
haber descubierto porque hemos cambiado sus términos e introducido un poquito
de erudición. Pero, ¿qué pensador occidental podría ser comparado con un
monje budista? Nos perdemos en textos y en terminologías: la meditación es
dato desconocido para la filosofía moderna. Si queremos conservar cierta
decencia intelectual, el entusiasmo por la civilización debe ser barrido, lo
mismo que la superstición de la Historia. Por lo que respecta a los grandes
problemas, no tenemos ninguna ventaja sobre nuestros antepasados o sobre
nuestros predecesores más recientes: siempre se ha sabido todo, al menos en lo
que concierne a lo Esencial; la filosofía moderna no añade nada a la
filosofía china, hindú o griega. Por otra parte, no podría haber un problema
nuevo, pese a que nuestra ingenuidad o nuestra infatuación querrían
persuadirnos de los contrario. En lo tocante a juego de las ideas, ¿quién
igualó jamás a un sofista chino o griego, quién llevó más lejos que él la
osadía en la abstracción? Todos los extremos del pensamiento fueron alcanzados
desde siempre y en todas la civilizaciones. Seducidos por el demonio de lo
Inédito, olvidamos demasiado pronto que somos los epígonos del primer
pitecántropo que se puso a reflexionar.
Hegel es el gran responsable del optimismo moderno. ¿Cómo no vio que la
conciencia cambia solamente de forma y de modalidades, pero que no progresa en
nada? El devenir excluye una realización absoluta, una meta: la aventura
temporal se desarrolla sin un objetivo exterior a ella, y acabará cuando sus
posibilidades de caminar se hayan agotado. El grado de conciencia varía con las
épocas, sin que dicha conciencia aumente con su sucesión. No somos más
conscientes que el mundo grecorromano, el Renacimiento o el siglo XVIII; Cada
época es perfecta en sí misma., y perecedera. Hay momentos privilegiados en
que la conciencia se exaspera, pero jamás hubo eclipse de lucidez tal que el
hombre fuera capaz de abordas los problemas esenciales, pues la historia no es
más que una perpetua crisis, una quiebra de la ingenuidad. Los estados
negativos -que son precisamente los que exasperan la conciencia- se distribuyen
diversamente, pero, sin embargo, están presentes en todos los períodos
históricos; si son equilibrados y felices, conocen el Hastío -término natural
de la felicidad-; si descentrados y tumultuosos, sufren la desesperación, y las
crisis religiosas que de ella se derivan. La idea de Paraíso terrenal fue
compuesta con todos los elementos incompatibles con la Historia, con el espacio
donde florecen los estados negativos.
Todas las vías, todos loa procedimientos de conocer son válidos: razonamiento,
intuición, repugnancia, entusiasmo, gemido. Una visión del mundo articulada en
conceptos no es más legítima que otra surgida de las lágrimas: argumentos y
suspiros son modalidades igualmente concluyentes e igualmente nulas. Construyo
una forma de universo: creo en ella, y es el universo, el cual se desploma
empero bajo el asalto de otra certeza o de otra duda. El último de los
iletrados y Aristóteles son igualmente irrefutables y frágiles. Lo absoluto y
la caducidad caracterizan la obra madurada durante años tanto como el poeta
surgido del favor del instante. ¿Acaso hay más verdad en la Fenomenología del
Espíritu que en el Epipsychidion? La inspiración fulgurante, lo mismo que la
profundidad laboriosa, nos presentan resultados definitivos e irrisorios. Hoy
prefiero tal escritor a tal otro; mañana le tocará la vez a una obra que
antaño abominaba. Las creaciones del espíritu -y los principios que las
presiden- se resignan al destino de nuestros humores, de nuestra edad, de
nuestras fiebres y de nuestras decepciones. Ponemos en tela de juicio todo lo
que antaño amamos, y tenemos siempre razón y siempre estamos equivocados; pues
todo es válido y todo carece de importancia. Sonrío: nace un mundo; me
entristezco: desaparece, y ya se perfila otro. No hay opinión, sistema o
creencia que no sea justa y al mismo tiempo absurda, según nos adhiramos o nos
separemos de ella.
No se encuentra más rigor en la filosofía que en la poesía, ni en el
espíritu que en el corazón; el rigor no existe más que en la medida que uno
se identifique con la cosa que se aborda o se sufre; desde el exterior todo es
arbitrario: razones y sentimientos. Lo que llaman verdad es un error
insuficientemente vivido, aún no vaciado, pero que no podrá dejar de envejecer
pronto, un error nuevo, y que espera comprometer su novedad. El saber florece y
se seca a la par que nuestros sentimientos. Y si recorremos todas las verdades,
es porque nos hemos agotado juntos, y ya no hay más savia en nosotros que en
ellas. La Historia es inconcebible fuera de aquel a quien decepciona. De este
modo, se precisa el deseo de dejarnos arrastrar por la melancolía y de morir de
ella...
El verdadero saber se reduce a las vigilias en las tinieblas: sólo el conjunto
de nuestros insomnios nos distingue de los animales y de nuestros semejantes.
¿Qué idea rica o extraña fue nunca fruto de un durmiente? ¿Es bueno vuestro
sueño? ¿Son apacibles vuestros sueños?: engrosáis la turba anónima. El día
es hostil a los pensamientos, el sol los obscurece; sólo florecen en plena
noche... Conclusión del saber nocturno: quien llega a una conclusión
tranquilizadora sobre lo que sea da pruebas de imbecilidad o de falsa caridad.
¿quién halló jamás una sola verdad alegre que fuera válida? ¿Quién salvó
el honor del intelecto con propósitos diurnos? Afortunado quien puede decir:
«Tengo el saber triste.»
La Historia es la ironía en marcha, la risotada del espíritu a través de los
hombres y los acontecimientos. Hoy triunfa tal creencia; mañana, vencida, será
maldita y reemplazada: los que la creyeron la seguirán en su derrota. Después
viene otra generación: la antigua creencia entra de nuevo en vigor; sus
demolidos monumentos son reedificados de nuevo..., en espera de que perezcan
otra vez. Ningún principio inmutable regula los favores y las severidades de la
suerte: su sucesión participa en la inmensa farsa del Espíritu, que confunde,
en su juego, los impostores y los fervientes, las astucias y los ardores.
Contemplad las polémicas de cada siglo: no parecen motivadas ni necesarias. Sin
embargo, fueron la vida de ese siglo. Calvinismo, quietismo, Port-Royal, la
Enciclopedia, Revolución, positivismo, etc..., ¡qué sarta de absurdos... que
debieron ser, qué derroche inútil, y sin embargo fatal! Desde los concilios
ecuménicos hasta las controversias políticas contemporáneas, las ortodoxias y
las herejías han asaltado la curiosidad del hombre con su irresistible
sinsentido. Bajo disfraces diversos, siempre habrá anti y pro, sea a propósito
del Cielo o del Burdel. Millares de hombres sufrirán por sutilezas relativas a
la Virgen y a su hijo; otros miles se atormentarán por dogmas menos gratuitos,
pero igualmente improbables. Todas las verdades constituyen sectas que acaban
por tener un destino tipo Port-Royal, siendo perseguidas y destruidas; después
sus ruinas llegan a ser veneradas, y aureoladas por la iniquidad sufrida, se
transforman en lugares de peregrinaje...
No es más razonable conceder más interés a las discusiones sobre la
democracia y sus formas, que a las que tuvieron lugar, en la Edad Media, sobre
el nominalismo y el realismo: cada época se intoxica con un absoluto, menos y
fastidioso, pero de apariencia única; no puede evitarse el ser contemporáneo
de una fe, de un sistema, de una ideología, el ser, en resumen, de su tiempo.
Para emanciparse haría falta tener la frialdad de un dios del desprecio...
Que la Historia no tenga ningún sentido es algo que debería alegrarnos. ¿Nos
atormataríamos acaso por una solución feliz del porvenir, por una fiesta final
en la que nuestros sudores y desastres corriesen con todos los gastos? ¿A favor
de idiotas futuros, exultando sobre nuestras penas y bailoteando sobre nuestras
cenizas? La visión de un desenlace paradisíaco supera, por su absurdo, las
peores divagaciones de la esperanza. Todo lo que podríamos pretextar en excusa
del Tiempo es que se hallan en él momentos más aprovechables que otros,
accidentes sin importancia en una intolerable monotonía de perplejidades. El
universo comienza y acaba con cada individuo, sea Shakespeare o Don Nadie; pues
cada individuo vive en lo absoluto si mérito o su nulidad...
¿Merced a qué truco lo que parece ser escapó al control de lo que es? Bastó
un momento de inatención, de debilidad en el seno de la Nada: las larvas se
aprovecharon; una laguna en su vigilancia: y aquí estamos. Igual que la vida
suplantó a la nada, fue suplantada, a su vez, por la Historia: así la
existencia emprendió un ciclo de herejías que minaron la ortodoxia de la nada.
Émile M. Cioran
(Rumanía), Extraído de Breviario de pobredumbre. |