Capítulo 6. La felicidad y su contenido
Después de haber tratado acerca de las virtudes, la amistad y los
placeres, nos resta una discusión sumaria en torno a la felicidad, puesto
que la colocamos como fin de todo lo humano. Nuestra discusión será más
breve, si resumimos lo que hemos dicho.
Dijimos, pues, que la felicidad no es un modo de ser, pues de otra manera
podría pertenecer también al hombre que pasara la vida durmiendo o
viviera como una planta, al hombre que sufriera las mayores desgracias. Ya
que esto no es satisfactorio, sino que la felicidad ha de ser considerada,
más bien, una actividad, como hemos dicho antes, y si, de las
actividades, unas son necesarias y se escogen por causa de otras, mientras
que otras se escogen por sí mismas, es evidente que la felicidad se ha de
colocar entre las cosas por sí mismas deseables y no por causa de otra
cosa, porque la felicidad no necesita de nada, sino que se basta a sí
misma, y las actividades que se escogen por sí mismas son aquellas de las
cuales no se busca nada fuera de la misma actividad. Tales parecen ser las
acciones de acuerdo con la virtud. Pues el hacer lo que es noble y bueno
es algo deseado por sí mismo. Asimismo, las diversiones que son
agradables, ya que no se buscan por causa de otra cosa; pues los hombres
son perjudicados más que beneficiados por ellas, al descuidar sus cuerpos
y sus bienes. Sin embargo, la mayor parte de los que son considerados
felices recurren a tales pasatiempos y ésta es la razón por la que los
hombres ingeniosos son muy favorecidos por los tiranos, porque ofrecen los
placeres que los tiranos desean y, por eso, tienen necesidad de ellos. Así,
estos pasatiempos parecen contribuir a la felicidad, porque es en ellos
donde los hombres de poder pasan sus ocios. Pero, quizá, la aparente
felicidad de tales hombres no es señal de que sean realmente felices. En
efecto, ni la virtud ni el entendimiento, de los que proceden las buenas
actividades, radican en el poder; y el hecho de que tales hombres, por no
haber buscado un placer puro y libre, recurran a los placeres del cuerpo
no es razón para considerarlos preferibles, pues también los niños
creen que lo que ellos estiman es lo mejor. Es lógico, pues, que, así
como para los niños y los hombres son diferentes las cosas valiosas, así
también para los malos y para los buenos. Por consiguiente, como hemos
dicho muchas veces, las cosas valiosas y agradables son aquellas que le
aparecen como tales al hombre bueno. La actividad más preferible para
cada hombre será, entonces, la que está de acuerdo con su propio modo de
ser, y para el hombre bueno será la actividad de acuerdo con la virtud.
Por tanto, la felicidad no está en la diversión, pues sería absurdo que
el fin del hombre fuera la diversión y que el hombre se afanara y
padeciera toda la vida por causa de la diversión. Pues todas las cosas,
por así decir, las elegimos por causa de otra, excepto la felicidad, ya
que ella misma es el fin. Ocuparse y trabajar por causa de la diversión
parece necio y muy pueril; en cambio, divertirse para afanarse después
parece, como dice Anacarsis, estar bien; porque la diversión es como un
descanso, y como los hombres no pueden estar trabajando continuamente,
necesitan descanso. El descanso, por tanto, no es un fin, porque tiene
lugar por causa de la actividad.
La vida feliz, por otra parte, se considera que es la vida conforme a la
virtud, y esta vida tiene lugar en el esfuerzo, no en la diversión. Y
decimos que son mejores las cosas serias que las que provocan risa y son
divertidas, y más seria la actividad de la parte mejor del hombre y del
mejor hombre, y la actividad del mejor es siempre superior y hace a uno más
feliz. Y cualquier hombre, el esclavo no menos que el mejor hombre, puede
disfrutar de los placeres del cuerpo; pero nadie concedería felicidad al
esclavo, a no ser que le atribuya también a él vida humana. Porque la
felicidad no está en tales pasatiempos, sino en las actividades conforme
a la virtud, como se ha dicho antes.
Capítulo 7. En qué consiste la
felicidad perfecta
Si la felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud, es razonable
[que sea una actividad] de acuerdo con la virtud más excelsa, y ésta será
una actividad de la parte mejor del hombre. Ya sea, pues, el intelecto ya
otra cosa lo que, por naturaleza, parece mandar y dirigir y poseer el
conocimiento de los objetos nobles y divinos, siendo esto mismo divino o
la parte más divina que hay en nosotros, su actividad de acuerdo con la
virtud propia será la felicidad perfecta. Y esta actividad es
contemplativa, como ya hemos dicho.
Esto parece estar de acuerdo con lo que hemos dicho y con la verdad. En
efecto, esta actividad es la más excelente (pues el intelecto es lo mejor
de lo que hay en nosotros y está en relación con lo mejor de los objetos
cognoscibles); también es la más continua, pues somos más capaces de
contemplar continuamente que de realizar cualquier otra actividad. Y
pensamos que el placer debe estar mezclado con la felicidad, y todo el
mundo está de acuerdo en que la más agradable de nuestras actividades
virtuosas es la actividad en corcondancia con la sabiduría. Ciertamente,
se considera que la filosofía posee placeres admirables en pureza y en
firmeza, y es razonable que los hombres que saben, pasen su tiempo más
agradablemente que los que investigan. Además, la dicha autarquía se
aplicará, sobre todo, a la actividad contemplativa, aunque el sabio y el
justo necesiten, como los demás, de las cosas necesarias para la vida;
pero, a pesar de estar suficientemente provistos de ellas, el justo
necesita de otras personas hacia las cuales y con las cuales practicar la
justicia, y lo mismo el hombre moderado, el valiente y todos los demás;
en cambio, el sabio, aun estando sólo, puede teorizar, y cuanto más
sabio, más; quizá sea mejor para él tener colegas, pero con todo, es el
que más se basta a sí mismo.
Esta actividad es la única que parece ser amada por sí misma, pues nada
se saca de ella excepto la contemplación, mientras que de las actividades
prácticas obtenemos, más o menos, otras cosas, además de la acción
misma. Se cree, también, que la felicidad radica en el ocio, pues
trabajamos para tener ocio y hacemos la guerra para tener paz. Ahora bien,
la actividad de las virtudes prácticas se ejercita en la política o en
las acciones militares, y las acciones relativas a estas materias se
consideran penosas; las guerreras, en absoluto (pues nadie elige el
guerrear por el guerrear mismo, ni se prepara sin más para la guerra;
pues un hombre que hiciera enemigos de sus amigos para que hubiera
batallas y matanzas, sería considerado un completo asesino); también es
penosa la actividad de político y, aparte de la propia actividad, aspira
a algo más, o sea, a poderes y honores, o en todo caso, a su propia
felicidad o a la de los ciudadanos, que es distinta de la actividad política
y que es claramente buscada como una actividad distinta. Si, pues, entre
las acciones virtuosas sobresalen las políticas y guerreras por su gloria
y grandeza, y, siendo penosas, aspiran a algún fin y no se eligen por sí
mismas, mientras que la actividad de la mente, que es contemplativa,
parece ser superior en seriedad, y no aspira a otro fin que a sí misma y
a tener su propio placer (que aumenta la actividad), entonces la autarquía,
el ocio y la ausencia de fatiga, humanamente posibles, y todas las demás
cosas que se atribuyen al hombre dichoso, parecen existir, evidentemente,
en esta actividad. Ésta, entonces, será la perfecta felicidad del
hombre, si ocupa todo el espacio de su vida, porque ninguno de los
atributos de la felicidad es incompleto.
Tal vida, sin embargo, sería superior a la de un hombre, pues el hombre
viviría de esta manera no en cuanto hombre, sino en cuanto que hay algo
divino en él; y la actividad de esta parte divina del alma es tan
superior al compuesto humano como lo es su actividad respecto de la
actividad de las otras virtudes. Si, pues, la mente es divina respecto del
hombre, también la vida según ella será divina respecto de la vida
humana. Pero no hemos de seguir los consejos de algunos que dicen que,
siendo hombres, debemos pensar sólo humanamente y, siendo mortales,
ocuparnos sólo de las cosas mortales, sino que debemos, en la medida de
lo posible, inmortalizarnos y hacer todo esfuerzo para vivir de acuerdo
con lo más excelente que hay en nosotros; pues, aun cuando esta parte sea
pequeña en volumen, sobrepasa a todas las otras en poder y dignidad. Y
parecería también, que todo hombre es esta parte, si, en verdad, ésta
es la parte dominante y la mejor; por consiguiente, sería absurdo que un
hombre no eligiera su propia vida, sino la de otro. Y lo que dijimos antes
es apropiado también ahora: lo que es propio de cada uno por naturaleza
es lo mejor y lo más agradable para cada uno. Así, para el hombre, lo
será la vida conforme a la mente, si, en verdad, un hombre es
primariamente su mente. Y esta vida será también la más feliz.
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