EL NAVEGANTE |
Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 |
UNA NOCHE EN EL BAR SADDAN El
interior del bar esta iluminado con difusos rojos, las paredes decoradas con
objetos colgados formando tramas de extraña estética. Mientras
el humo se apodera de los rincones de oxígeno, reflejos entran en mis ojos como
fugándose de la pesadez que invade el lugar sombrío. En
el frente del salón se distribuyen las mesas gastadas, húmedas de alcohol, que
subsisten de los enfrentamientos típicos de la noche ebria, con arreglos rápidos
y parches encolados. Mirando
hacia la derecha, encuentro el aroma del póker, que entre apuestas y mujeres
descamisan a los desprevenidos. En el salón opuesto de las barajas un escenario
es el recinto en donde las prendas de una mujer son esparcidas por el piso,
dejando la desnudez erótica de movimientos, chorrear por las comisuras de
labios de los espectadores. En
el rincón más oscuro, casi desapercibido, retumban las notas de un piano sin
brillo, escupiendo clásicos olvidados desde la partitura del sentimiento. Más
negro que la noche y mostrando sus dientes como referencia, el pianista, con
lentes oscuros, mueve rápidamente sus blancas uñas trazando fusas. Jugando
con el contraste, un rubio y pálido saxofonista, lamenta con el viento el final
de cada exhalación. Su rostro desdibujado armoniza con el bronce mientras su
sangre fluye y exalta su yugular. Me
acerco hacia la barra con pasos tranquilos, miro la banqueta de metal plateado
coronada con un tapizado gastado, que entre dos siluetas anónimas dejan un
lugar para sentarme. A
mi derecha una mujer, con curvas sinuosas que se divierte revolviendo una
aceituna por la copa inundada de Martini. Sus cabellos caen por su cara pintando
de rubio los rasgos finos y delicados como terciopelo. Sus
ojos perdidos entre pestañeos lentos y provocativos, resplandecen de celeste
cuando humedece los labios con su lengua. Un
vestido negro hace brillar aun más su estética figura, mostrando en forma de
escote el valle entre colinas turgentes que ella sabe resaltar. El
metal de la banqueta acaricia sus piernas enredadas, se puede ver como los músculos dibujan un cruce de piernas perfectas con la censura de su minifalda. Del
otro lado, un hombre fornido, toma como intromisión de intimidad mi llegada y
me dirige una mirada poco amigable. Colérico por sentirse al margen de su cacería
golpea el puño sobre el mostrador lustroso, pidiendo al barman otra cerveza
para agregar a la pirámide de latas. Incómodo
por la situación que se respira, lo miro guiñando el ojo como símbolo de
complicidad, un gruñido gutural escapa de sus fauces con aroma incendiario.
Mientras tanto la dama que percibe el clima, me mira encogiéndose de hombros
como si cotidiana se tornase tal escena. Cansado de tanto caminar no me siento
con ganas de comenzar una pelea. Decido
entonces buscar el baño e invitar al hombre recio a que ocupe mi asiento junto
a la mujer fatal. Con
tono afable y con ademán explícito le cedo mi lugar viendo como su rostro rudo
se convierte, en fracción de segundos, en rostro de tímido vergonzoso. Casi
infantil en incomodado por la proximidad comienza a balancear sus piernas que
cuelgan de la banqueta, mientras de reojo roza con la mirada las piernas
expuestas tras medias de seda negra. La
mujer de los rubios cabellos, mirándome, comienza a acosar, con la seducción
del silencio, al hombre que chorrea litros de sudor sobre su frente. Mientras
me alejo entre las mesas hacia el baño, observo cada movimiento codificado y
propio del lugar, gestos y palabras se cruzan entre los vasos, miradas que
recorren los senos de acompañantes, piernas en orgías húmedas de pornografía.
Entrando
por el pasillo amarillo, entre paredes con escrituras y olores con vapores amoníacos, encuentro el lugar de los despojos orgánicos. El aire casi
irrespirable supura de las letrinas en ebullición, personas dispersas por el
piso con redes de venas en los ojos extasiados. Contra
la pared una máquina expendedora con la apariencia de una caja fuerte, pone al
alcance de los clientes desde cigarrillos hasta drogas de distintos calibres,
con sólo colocar unas monedas por la ranura. Lavo
mis manos y me acomodo el pelo mientras miro el reflejo de mi rostro entre gotas
de agua reciclada. El sobretodo deja ver solo parte de la camisa blanca,
mientras coloco mis gafas oscuras eclipsando por momentos las esferas grises con
telones de párpados. Regreso
al salón del bar mientras observo en la pared fotografías de dictadores del
mundo, casi todos condecorados con medallas de sangre y sufrimiento, y en los
rasgos de su pose el aroma de la locura tildada de causa. Como
final de la secuencia, una gráfica de hongo nuclear, marca el pico máximo de
furia y odio del hombre. Una cucaracha aplastada contra la pared muestra sus órganos
inmundos como casual moraleja de la secuencia desapercibida. Tratando
de buscar un lugar para sentarme, recorro con la mirada, la hilera de banquetas
que cercan la barra. Mientras me aproximo veo al temido hombre rudo, que aun no
pronunció palabra alguna mientras la rubia con rostro de tiempo muerto, muere de
aburrimiento. Escucho
un ruido estrepitoso al ver la caída de la pirámide de latas, que el hombre
con movimientos espasmódicos derriba son su cuerpo. Decae
el ritmo del epiléptico acto, con respiración que volviéndose lentamente
normal, deja escapar el sonido del éxtasis sexual. Todas
las miradas aledañas enfocan como reflectores potentes al “rudo”, que entre
aplausos y risas provocan su marcha tímida hacia la salida del bar. Cuando
cruza frente a mi veo chorrear por su pantalón, la precoz finalización de su
noche de levante. Sin notarme, con sus ojos directo al piso y su cabeza gacha,
se pierde en la oscuridad de la puerta. Clavo
la vista en la mirada de la mujer, que movilizada por la acción, dibuja como
con un láser sus intenciones en lo mas profundo de mi retina. Mientras
me aproximo, acomoda su vestido para exponer su anatomía como una escultura
esperando al artista para disfrutar sus caricias. Me
siento a su lado y respiro su aire perfumado, miro al barman que con una sonrisa
cómplice responde sirviéndome un escocés en las rocas y un martini seco para
la dama. Una
sensación extraña provoca en mi la sabiduría nocturna que poseen algunos
individuos. Estos trabajadores nocturnos se pueden llegan a comparar con el
murciélago que pierde su misterio y encanto cuando el sol lo descubre feo y
peludo. Pero en la noche, en su ambiente, poseen los mas agudos sentidos para
rastrear y llevar a cabo sus actos. No podré entender cómo con una simple
mirada detectan cuál es mi bebida o mis intenciones de invitar un trago a mi
ocasional compañera. No le hacen falta las palabras para comunicarse, le bastan
los gestos y actitudes para saber si un hombre bebe para olvidar a una mujer o
si escapa de las garras del fisco. Por momentos me siento indefenso ante estos
perceptivos seres, que seguramente saben como se desatara el nudo de una charla
aun antes de que comience. Uno de mis temas pendientes como tantos que aun no
recuerdo. Veo
como dos copas se deslizan vertiginosamente desperdigando olas de gotas sobre la
barra lustrosa, responden mis reflejos para atrapar el cristal cinético con mis
manos sobresaltadas. Apenas reacciono de mi fracaso al sentir mis puños
cerrados y vacíos, escucho una indescriptible voz diciendo gracias, mientras me
ofrecen mi whisky con risas de coro. -
Hola, dice ella con uno de los sonidos más sensuales que
recuerdo, y los que recuerdo les aseguro que son pocos. -
Hola, respondo con la garganta temblando. -
Desde que te vi entrar sabía que llegaría este momento, dice
ella agregando inmediatamente, Me llaman Alika y mi apellido es L. -
Sorprendido respondo, Me llamo el
Navegante y mi apellido es aún olvidado. Ahora
recuerdo de la existencia de apellidos, me suenan palabras a las que no les
conocía el significado, muy extrañas como Pedon, San Miento, Belgrato, sólo me
las imaginaba escritas con la primer letra mayúsculas. -
La palabra recuerdos no es muy usada por estos lados, dice
bebiendo un trago de su Martini. -
Me parece que no hace falta decir que acabo de llegar. aclaro
evitando responder su pregunta encubierta de astucia femenina. -
Claro que no, hueles como un Pig = Cerdo y te ves tan mal como Canal 2 de la
Plata. Dice con tono divertido. -
Prefiero tomar mi trago. Digo poniendo
cara de comprender la chanza y complicidad a la que no le hacen falta palabras,
pero en realidad no comprendo qué le resulta tan chistoso. -
No acostumbro hacer esto, pero no sé porque me inspiras confianza,
dice con un estudiado tono sincero. -
¿No acostumbras hacer qué? Pregunto sin
poder evitar mi desconcierto. -
No seas tonto, vamos a mi Lo t, esta acá cerca en Puerto Medero. Dice
con un tono de adolescente quinceañera. -
¿Porqué apresurar lo más interesante de una relación? disfrutemos de este
presente antes que sea pasado, lo mejor de escalar una montaña es la escalada
no estar en la cima. Digo rápidamente
sin pensarlo y recordando instantáneamente una de mis más profundas reflexiones
que ya después se las contare. -
Porque todos saben que no hay tiempo, qué es eso de presente y pasado, no
entiendo nada de lo que decís. ¿Vamos o No?. Actitud
mezcla de desconcierto y enojo del verdadero. Meditando
mi situación actual, reconsidero la propuesta, necesito descansar y pagar con
una noche de sexo el hospedaje, después de todo no es tan malo. -
Bien, ya que no hay tiempo, vamos. respondo
con tono casi burlón. -
Okay mi macho esta será una noche de la que no te olvidaras nunca.
Me agarra de la mano con entusiasmo y euforia. Esta
no es precisamente mi idea de una conquista, pero dejando mi espíritu romántico
de lado y teniendo en cuenta mi estado actual podríamos caratularlo como un
empate. Dejando
una monedas sobre la barra, me incorporo observando como Alika se coloca el
abrigo sin eclipsar su belleza. Que tengan buenas noches, dice el barman como
sabiendo el final de la historia. Buenas noches a tí, respondo sonriendo,
mientras ella toma mi mano y aprieta en señal de vamos. Pasando
entre las mesas del bar las miradas no se despegan de las piernas expuestas de
Alika, ella sin incomodarse disfruta al saberse la más linda de las noches del
Sadam. Salimos
a la calle y caminamos hasta una avenida cuya silueta me resulta conocida, pero
que aún no llego a identificar. Miro un improvisado cartel indicador que se
encuentra en la esquina y leo Av. Co tes escrito con letra borrosa y en aerosol.
Ahora totalmente desconcertado decido preguntarle a Alika. -
¿Como se llama esta avenida?, Con
tono casual y despreocupado. -
Avenida Co tes. Me responde mientras me
abraza e indica cruzar de acera. -
¿Quién pone el nombre de las calles de esta ciudad?. -
Nadie, todos saben que los nombres parten del original. -
¿Que es el original?. Ahora si
totalmente desconcertado. -
Ahora te muestro, el original de Co tes esta justo en la próxima esquina. Mientras
acelera el paso dando pequeños saltos. No
comprendo cual es el concepto o significado que Alika le da a la palabra
original, algunas palabras parecen haber sido adaptadas a una nueva forma de
dialéctica, tal vez propia de esta ciudad. Pero sí puedo notar que algunas muy
comunes en mi lenguaje toman en determinados momentos una importancia casi
existencial. Mientras seguimos la marcha hacia la esquina noto como se torna
sensual, infantil, agresiva, comprensiva en una especie de ensalada de carácter
y comportamientos. ¿Me estaré volviendo viejo? me cuestiono desconociendo mi
edad. -
Acá está, éste es el original de Co tes, la avenida en la que estamos
caminando. Dice como una guía de turismo
que repite sin cuestionar. Veo
un clásico indicador de calles, reconozco el dibujo de un contorno urbano con
edificios y un palo puntiagudo, es el de la ciudad de Buenos Aires. Entre
el óxido se llegan a divisar algunas letras Av. Co y tes, claro, esta es la
avenida Corrientes, el óxido borró algunas letras pero es Corrientes. Pienso con
alegría por reconocerla y extrañado por su aspecto decadente. Inmediatamente
recuerdo desde el rincón más oscuro de mi mente el esplendor de Corrientes y su
carátula de la “avenida que nunca duerme”. Buenos
Aires la Reina del Plata destino de poesía hecha tango, que hoy casi no te
reconozco, pienso con frases hechas. Extraño los proyectos de café con olor a
subte, tus calles negras de asfalto, tus luces y tu verdadera cara, esa que
ahora recuerdo, con mi vergüenza por haberte olvidado aunque sea por un rato. Tratando
de dilucidar que está ocurriendo escucho las palabras de Alika que continúa con
una especie de monólogo de no se qué tema, interrumpido sólo para seguir
respirando cuando digo ajá o alguna acotación por el estilo. Veo
desfilar frente a mis ojos lo que fueron vidrieras, los viejos teatros, ruinosos
hoy del olvido y pasando desapercibidamente en un presente cruel. Cruzamos
entre el barro de la avenida y veo la erecta silueta del obelisco, ya sin su
punta filosa Seguimos
nuestra marcha hacia el bajo, entre una iluminación extraña y el típico frío
húmedo de Buenos Aires en anda saber cual estación del año. Pude
establecer una primera impresión del comportamiento de la gente en este ahora de
la ciudad, aun no se qué es lo que me angustia, es muy difícil darle forma a una
reflexión que resulte convincente, no quiero definir estados anímicos porque
creo que difícilmente sean aplicables a otra situación. Entonces
me voy a dedicar a recolectar experiencias, a sentir, a experimentar, a sufrir,
a llorar, a reir, a gozar, a amar, a odiar,
a construir y destruir, a enumerar, y esperar que después de un largo
tiempo pueda pensar en partir. Contra
una pared y entre el vapor de mi exalación cálida chocando contra el frío, veo a
un viejo que me pregunta la hora amablemente sumando el humo de su pipa. -
Son las doce y cuarto, respondo. -
¿ A Ud. qué lo alegra ?, Me indaga
con voz añeja y gastada. -
Que
sople franco hacia los tropicos cuando se congela el alma. Respondo rápidamente y sorprendido por la pregunta y
rápida respuesta. -
Sabía que eras vos. Dice con alivio. Sos
El Navegante. Afirma. -
Me nombré El Navegante, no sé si soy yo.
Asustado. -
Te hiciste el destino apostando a tu
instinto, no dudes de lo que piensas o sientes, es imposible crecer si dudas de
vos mismo. -
No entiendo cómo sabe
quién soy o
qué
soy, si aún yo no
sé
por
qué me llamé El Navegante. -
Las casualidades son menos casuales que
lo que uno piensa. Dice Riendo -
Qué es lo que pretende de
mí, si es que
soy quien dice. -
Solo que me escuches, tengo algunas cosas
que contarte y muchas que no contarte, para eso te estaba esperando. Te cuento
mañana en mi casa. -
Y suponiendo que me interese, como llego
a su casa. -
Yo vivo en la Boka, y estaras alli mañana,
no importa qué hora,
sabrás
cuándo venir y yo
sabré que llegaras, y te
estaré
esperando. -
OK pero cuál es la
dirección de su casa. Con
tono de me faltan detalles. -
A los Navegantes les sobra su instinto
para llegar a puerto, la encontrarás,
chau hasta mañana. Que tenga buenas noches señorita. Dice sin pausa y
educadamente. -
Chau, saludamos a coro con Alika que tiene cara de no haber comprendido
absolutamente nada. Viendo
como desaparece la silueta del viejo entre las sombras de la ciudad, giro y veo
el rostro de Alika iluminado por el neón de un cartel casi en ruinas, que torna
ardiente la noche y contrasta sus curvas felinas con la inocencia de algunos de
sus gestos. Vamos me dice con tono cansado, te acordás que tenemos algo
pendiente, el Champagne debe estar bien frío y quiero ver como se evapora cuando
toque mis labios y corra por mi cuerpo. Seguimos caminando por Corrientes hacia el bajo, despacio, sin hablar y sintiendo una extraña sensación con olor a lágrimas de mar. |